Agradecemos la confianza a la familia Socias Rabassa, la posibilidad de realizar la publicación.
Con profunda tristeza y un corazón abrumado por la pérdida, la familia se encontraba inmersa en un duelo insondable tras la partida de un ser querido.
La ausencia de esa presencia tan vital dejó un vacío imposible de llenar, y las lágrimas se convirtieron en compañeras constantes en sus días grises.
Fue en esos momentos de desesperación y dolor cuando descubrieron un rayo de luz, un consuelo inesperado que se manifestó a través de Semper Vivens. La idea de transformar las cenizas en vida, en la forma de un árbol catalpa, resonó profundamente en sus corazones rotos.
Semper Vivens se convirtió en el puente entre la tristeza y la esperanza, ofreciendo una conexión continua con aquel que ya no estaba físicamente presente. La plantación del árbol se convirtió en un acto simbólico, una forma de honrar y recordar, mientras las lágrimas caían sobre la tierra que ahora albergaba las cenizas convertidas en vida.
El proceso de ver crecer ese árbol se convirtió en un viaje emocional para la familia, cada brote verde una representación tangible de la persistencia de la vida incluso en medio de la muerte. Las ramas de la catalpa se mecían con el viento, como susurros reconfortantes del ser querido que ya no podían abrazar.
Semper Vivens no borró la tristeza ni curó por completo las heridas, pero proporcionó un consuelo valioso y una conexión eterna. El árbol se convirtió en un santuario de recuerdos, un lugar donde la familia encontró la fuerza para seguir adelante mientras mantenían viva la memoria de su ser amado.
En medio de la pérdida, Semper Vivens les ofreció un legado de vida y un recordatorio constante de que, aunque la ausencia física persista, el amor y la vida perduran de maneras inesperadas.